viernes, 7 de junio de 2024

"No te veré morir", de Antonio Muñoz Molina

He leído el nuevo libro de Antonio Muñoz Molina, "No te veré morir". No puedo decir que sea un libro de fácil lectura, sobre todo el primer capítulo, que es una frase continua que dura 73 páginas. Es un monólogo interior del protagonista. La historia es una historia del pasado, de recuerdos, de emociones de un amor único, que existió entre un hombre y una mujer hace cincuenta años. Por razones del destino, se separaron. Ella se quedó en el Madrid de la posguerra, en esa "longa noite de pedra", como diría Celso Emilio Ferreiro, y él se fue a Estados Unidos. Se convirtió en un americano de pies a cabeza y puso tierra de por medio con España, tanto en lo físico como en lo mental. En Estados Unidos abdicó de su nacionalidad y sólo recordó a Adriana (así se llamaba ella) soñando, a través de sueños fugaces pero muy intensos de los que despertaba embobado y triste. Prolongar sus sueños con Adriana era lo que más quería, pero siempre se sentía sacudido por la realidad de un despertar en el presente más áspero posible.

Aparece en la narración la figura de un personaje secundario, que pasa a ser principal, Julio Máiquez, un profesor visitante en una universidad estadounidense que conoce al protagonista Gabriel Aristu. Aunque su relación estará bastante marcada por las circunstancias y ambos reconocen que sólo quedan para comer cada cierto tiempo, comenzarán a ser confidentes y a contarse sus respectivas penurias. Será el azar quien ayude, por mediación de Julio, a poner en la pista de Adriana Zuber, la mujer a la que amó, a Aristu.

A partir de aquí se teje una trama de sentimientos y nostalgias muy densa, con retazos magníficos que permiten reflexionar sobre la vejez y sus consecuencias en los seres humanos. La vejez, sí, el fin de la vida y el ocaso de nuestro recorrido. No resulta nada habitual leer una historia de amor entre personas octogenarias, pero en este caso sí se produce, y funciona.

La visión de Estados Unidos que se obtiene en este libro debe ser la propia visión autobiográfica del escritor. La primera impresión antes de aterrizar en América, la fascinación por todo lo grande y desmesurado, el tremendo atractivo de Nueva York, la ciudad más europea de todas las ciudades estadounidenses. Esa visión que se deduce de todo lo que hace, de todos los hábitos de Gabriel Aresti, de su forma de vivir el territorio, los espacios y los usos y costumbres, parece difícil que no la haya sentido como propia Antonio Muñoz Molina, quien vivió en Estados Unidos varios años, hasta donde yo sé. Es inevitable que haya una buena parte autobiográfica, al menos en estas formas de mirar.

La novela se va estrechando hasta el encuentro final, hasta la rememoración. No quiero contar nada más por respeto a quien vaya a leer la novela. Sólo quiero destacar que el final es mucho más sorprendente de lo que cabría imaginar y que me ha parecido una novela fundamental. Ahora tengo ganas de leer más libros del autor, y tengo por casa unos cuantos. Será cuestión de ponerse a ello.

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