miércoles, 10 de abril de 2024

"La carretera", de Cormac McCarthy

Libro durísimo. Desgarrador. De lo más trágico que he leído nunca. La historia es muy simple: el planeta Tierra ha quedado devastado por un fenómeno indeterminado (aunque se deduce que ha sido a causa del cambio climático). Un padre y un hijo vagan por una carretera de Estados Unidos hacia el sur, hacia el mar. Es un viaje a ninguna parte. Por el camino todo es desolación, frío, abandono y ruina. Los pocos supervivientes que encuentran son potenciales enemigos. La vida de todos pende de un hilo, en un mundo que se ha venido abajo tal y como lo conocemos. Lo único que da sentido a la vida es el amor paterno-filial que queda. Con estos mimbres se teje una historia de ciencia ficción postapocalíptica que no puede dejar a nadie indiferente. Deprimente, pero muy instructiva. Muy recomendable.

miércoles, 3 de abril de 2024

Releyendo "Miguel Strogoff", de Jules Verne

Estoy releyendo "Miguel Strogoff, el correo del Zar". Es curioso cómo aborda la historia de Rusia. Están los buenos, los rusos, los europeos, y están los malos, los pérfidos tártaros. Los tártaros, para Verne, son los invasores, porque invaden el imperio ruso. Sin embargo, ¿no será más lógico considerar a los rusos como los invasores del territorio de los tártaros? La historia al revés. La historia de la que Jules Verne era deudor era la historia de los que ganaban siempre, de las naciones-estado y de los colonizadores, que imperaban frente a los pueblos supuestamente subdesarollados. Llama la atención cómo Verne se refiere e los tártaros, cómo los describe, cómo se recrea en su supuesto primitivismo. Cuando se refiere al campamento tártaro en el que se encuentran cautivos Miguel Strogoff y los dos corresponsales (el francés y el inglés), lo describe como un espectáculo inigualable de colorido, en su magnífica extensión. Afirma que es un campamento que da albergue a unas 150.000 personas, lo cual es una barbaridad.

A la hora de referirse al Feofan Kan, el emir de los tártaros, lo describe como alguien alto, arrogante y enigmático, como una personalidad caprichosa, que se oculta deliberadamente de los demás porque eso es lo que da prestigio. Es orientalismo en estado puro. Miguel Strogoff es una novela de aventuras orientalista.

Cuando era pequeño leía las novelas de Jules Verne como libros de aventuras y de Geografía. Ahora las sigo leyendo como libros de Geografía y me siguen divirtiendo y entreteniendo las aventuras, pero las veo desde un punto de vista neocolonial, deformado por mi formación hasta la fecha. Desde este punto de vista Miguel Strogoff representa lo sagrado, lo canónico, lo normativo, porque es el enviado del Zar, de César supremo, del monarca de todas las Rusias. Su misión es divina, y su causa es superior a cualquier otra razón. Llevar la carta al Gran Duque que se encuentra en Irkutsk está por encima de hablar con su madre, de dar explicaciones e incluso de su hombría y su orgullo, que se traga cuando sucede el incidente con Iván Ogareff.

Sí, porque en este estilo dualista de narrar siempre hay buenos y malos. Los buenos son muy buenos: Miguel Strogoff, Nadia, Marfa Stroggoff, el Zar. Los malos son muy malos: Feofar Kan, la gitana Sangarra y, sobre todo, el traidor Iván Ogareff. Éste es un oficial del ejército ruso que traiciona a su país y se pasa a las filas tártaras. Un auténtico indeseable, un verdadero criminal. Lo peor que se puede ser. Otro relato podría considerar a Iván Ogareff como una transposición de Simón Bolívar, y convertir a Ogareff en un libertador de los pueblos centroasiáticos oprimidos. Pero no es el caso. Ogareff es un traidor, es malo y es cruel, igual que Feofar Kan. Son crueles y sanguinarios, son orientales, caprichosos, actúan por instintos primarios, porque les hierve la sangre.

Por el contrario, Miguel Strogoff es siberiano, es ruso, su carácter está modulado por la educación occidental. Sabe, por lo tanto, nadar y guardar la ropa. Sabe sobreponerse a la adversidad. Piensa y medita y no se precipita, que es lo que hacen los taimados tártaros. Strogoff es valiente, noble, resistente, caballeroso y buen ruso, y está dispuesto a darlo todo por el Zar. Son los valores del siglo XIX. Son los valores de la novela decimonónica. Iván Ogareff es un antihéroe, es el villano, es lo peor del mundo. Miguel Stroggoff es el héroe, porque encarna la ley, lo que debe ser, lo que Dios manda.

Para el aficionado a la Geografía o, al menos, a los viajes, el libro es un pretexto magnífico para comprender bien la realidad de la Rusia asiática. Miguel Strogoff viaja de Moscú a Nizhny Novgórod en tren y, a continuación, emplea diversos vapores por el Volga para llegar a Perm, ciudad situada justo antes de los Montes Urales. Al otro lado de la cordillera aparece Ekaterinburg, la gran ciudad con la que el viajero se halla ya en una urbe asiática. Después viene Omsk y, a continuación, la Baraba, una comarca pantanosa que en verano se llena de charcos, miasmas y todo tipo de insectos venenosos que, con sus picaduras, atenazan al inconsciente que se atreve a desafiarlos. La descripción de la Baraba es magnífica, no sólo de las condiciones físicas sino de las tipologías de los pobladores y sus hábitos. El viaje de Miguel Strogoff continúa en dirección a Tomsk e Irkutsk. En las proximidades de Tomsk es apresado por los tártaros. Y por aquí voy leyendo. Me queda un pequeño trayecto por la estepa sólo hasta llegar a Krasnoiarsk y luego Irkutsk. Estoy aprendiendo muchísima Geografía Regional de Asia gracias a Jules Verne, y estoy desaprendiendo teoría poscolonial.

Siempre que leo a Jules Verne me maravilla pensar cómo es posible que ofrezca unas descripciones tan detalladas de paisajes remotos a los que nunca viajó. Sí, Verne realizó algunos viajes, pero no fue ni mucho menos un viajero planetario. Apenas sí salió de Europa. Le gustaba la navegación de cabotaje en su propio barco, pero... ¿cómo puede hablar de la comarca de la Baraba, de su orografía, de sus condiciones climáticas, del paludismo, de las aldeas que la salpican, etc, sin haber estado allí nunca? Y más aún: estamos en el siglo XIX. No hay cultura audiovisual casi. La respuesta es muy simple: a través de la lectura de relatos de viajeros y el contacto con excursionistas, exploradores y demás, que tenía lugar en las conferencias y encuentros que celebraban las diferentes sociedades geográficas. Verne viajaba con la mente y a través de la lectura. Su cultura geográfica era inmensa, pero era una cultura enciclopédica, de biblioteca. Por ello resulta aún más fascinante. Creo que tengo que buscar lecturas de Eduardo Martínez de Pisón sobre el gran Verne. Ya lo he encontrado: "La Tierra de Jules Verne: Geografía y Aventura". 

domingo, 31 de marzo de 2024

"Palabras para un fin del mundo" (2020), de Manuel Menchón

Después de la visita a Salamanca de hace unos días y, más concretamente, a la casa en la que residió Miguel de Unamuno, tenía ganas de ver este documental de Manuel Menchón. En él se ofrece una versión diferente del último día de vida de Unamuno, que fue el 31 de diciembre de 1936. La última persona que estuvo con Unamuno fue Bartolomé Aragón, quien siempre fue presentado como amigo y persona muy próxima al intelectual. Sin embargo, investigaciones recientes demuestran que Aragón (un propagandista muy próximo a Millán-Astray) nunca había estado antes en casa de Unamuno y que ni siquiera se conocían personalmente. Si a esto le sumamos ciertas diferencias entre la versión oficial y las que ponen de manifiesto las investigaciones, parece que las piezas no encajan. El médico que certificó la muerte de Unamuno indicó que había fallecido a causa de una homorragia bulbar. Ya en la época era obligatorio practicar autopsia a los muertos fallecidos por esta causa, debido a que podía estar asociada a algún acto criminal al poder provocarse sin dejar ninguna huella externa. Sin embargo, dicha autopsia no fue realizada. De igual manera, el sepelio se realizó antes de las 24 horas de rigor desde el momento del fallecimiento de Unamuno. Demasiadas dudas, por lo que parece, que cuestionan la versión oficial de la muerte de Unamuno.

"Aalto" (2020), de Virpi Suutari

Recomiendo ver este documental sobre el gran arquitecto finlandés Alvar Aalto. En más de una hora y media se recrea la vida de Aalto. Su trayectoria es inseparable e indivisible de sus dos parejas, primero Aino y después Elissa. Las dos eran arquitectas y las dos eran parecidas (al menos físicamente). Con Aino realizó todos sus proyectos vitales, tuvo hijos y fue conocido en todo el mundo. Creo que no está muy claro dónde terminaba la autoría de Alvar y dónde empezaba la de Aino. Ella iba a trabajar a la ciudad mientras que él tenía su estudio en casa. Además de edificios, pronto fueron conocidos por el diseño de muebles, en la mejor tradición nórdica. Enseguida entraron en el gran mundo, de la mano del magnate Laurance Rockefeller. Cuando fallece su esposa, Aalto empieza una relación con Elissa, que durará hasta su muerte. Sigue trabajando y viajando. Al final de su vida acaba teniendo una relación tormentosa con el alcohol. Hoy en día hay más de 300 edificios proyectados por Aalto (quizá deberíamos decir "por los Aalto") en todo el mundo.

viernes, 29 de marzo de 2024

Séptima Sinfonía de Mahler, por Thomas Daussgard y la Orquesta Sinfónica de Galicia

Hacía tiempo que no escuchaba a Mahler en una sala de conciertos, y la Sexta fue una buena ocasión para reencontrarme con el compositor austriaco. Tengo para mí que Mahler es el compositor al que mejor comprendo, cuya música más adentro me llega. Y es que Mahler cuenta su vida a través de la música. La Sexta es quizá la más dramática de todas las sinfonías mahlerianas, si bien la Novena también tiene sus sombras y sus abismos insondables. El primer movimiento de la Sexta es poderoso y enérgico. Obstinado, recurrente. Toda la orquesta se retorció para seguir los pasos del director en su descenso a los abismos mahlerianos. Tras este primer movimiento trágico (palabra que se utiliza a veces para calificar la sinfonía), el segundo movimiento fue delicado, suave y amoroso. Los tiempos lentos de Mahler son de un lirismo mayúsculo. En este caso el director prefirió mantener, no alterar el orden entre el segundo y el tercer movimiento, respetando el criterio que se siguió en las representaciones de la propia obra mientras Mahler vivía. El tercer movimiento recupera la atmósfera endiablada y la obsesión por los golpes del destino. Todo culmina el en último movimiento, auténtico centro de la partitura, aunque esté al final del mismo. Glissandi, golpes de martillo, las arpas en su máxima expresión, la tuba, todo el viento metal (especialmente las trompas) estuvieron a la altura en una partitura nada fácil para los solistas. Algo que siempre me llama la atención al ver a Mahler en directo es la teatralidad de los efectos visuales. En esta Sexta Sinfonía hay pasajes en los que los trompas hacen girar sus instrumentos noventa grados y consiguen un efecto visual único. Lo mismo sucede con los clarinetes y los oboes, que se alzan hacia el cielo majestuosos en determinados pasajes solistas. !Y qué decir de los cencerros, los herdenglocken, tan pedestres pero a la vez tan sofisticados! Eso mismo: Mahler consigue hacer que lo corriente y lo normal llegue a ser sofisticado, y lo hace con una economía de medios sorprendente. A la vez, encontramos en las sinfonías de Mahler una gran colección de instrumentos, un auténtico montón de gadgets, que pueden dar la impresión de efectismo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: cada instrumento (cencerros, triángulo, martillo, láminas metálicas, etc) tiene su lugar en la sinfonía y sin él faltaría algo. Esta es una de las grandezas de Mahler cuando pensamos en el gigantismo de la orquesta y en lo variado de la orquestación. Otra de las maravillas mahlerianas es la importancia que da a los solos de determinados instrumentos y a los diálogos entre instrumentos y grupos orquestales. Las sinfonías se construyen a partir de tuttis, pero también a partir de múltiples interacciones en "salas separadas" entre diferentes combinaciones de instrumentos que otorgan un gran colorido a la música. Una nueva experiencia mahleriana extraordinaria, sin duda, la del pasado viernes en A Coruña.

"El bus" (2023), de Sandra Reina

"El bus" es un cortometraje-documental de Sandra Reina que recomiendo vivamente. En la media hora de duración el espectador asiste a la disección de cada uno de los personajes que realizan un viaje de ida y otro de vuelta en un bus. ¿A dónde va ese bus? Por las tipologías de los personajes y por las propias conversaciones uno descubre rápidamente cuál es el origen del primer viaje y el destino del segundo. Por el medio, un fin de semana que sirve de ruptura, punto de sedimentación de todo lo escuchado en el primer cuarto de hora y preparación psicológica para lo que queda por venir. Los diálogos son frescos, la jerga utilizada es creíble y está bien lograda. El resultado es positivo. Uno termina de ver este corto-documental y se da cuenta de que hay muchos mundos en el mundo. Poblamos un mundo muy complejo y muchas veces no nos damos cuenta de lo que tenemos a nuestro lado, tan sólo porque es invisible. El mérito de este trabajo es evidente: visibilizar lo invisible.

"La uruguaya", de Pedro Mairal

Segunda obra del argentino Pedro Mairal que leo. La primera fue "Una noche con Sabrina Love", y tengo que decir que esta segunda me ha gustado, pero no la considero tan acabada como la primera. La uruguaya puede ser leída casi como una fábula, como el cuento de la lechera. El protagonista sabe que está forzando la situación, pero decide seguir adelante, hasta que se pega el gran batacazo. Más allá de cualquier consideración moral o moralizante, el libro muestra las diferencias, la relación de amor y de odio que existe entre los dos países del Río de la Plata. Caminar por las calles de Montevideo de la mano de Pedro Mairal es asistir a la mirada benevolente de un argentino sobre el "paisito". Libro recomendable pero, insisto, muy por debajo de las alta expectativas que me había despertado la opera prima de Mairal.