viernes, 29 de marzo de 2024

Séptima Sinfonía de Mahler, por Thomas Daussgard y la Orquesta Sinfónica de Galicia

Hacía tiempo que no escuchaba a Mahler en una sala de conciertos, y la Sexta fue una buena ocasión para reencontrarme con el compositor austriaco. Tengo para mí que Mahler es el compositor al que mejor comprendo, cuya música más adentro me llega. Y es que Mahler cuenta su vida a través de la música. La Sexta es quizá la más dramática de todas las sinfonías mahlerianas, si bien la Novena también tiene sus sombras y sus abismos insondables. El primer movimiento de la Sexta es poderoso y enérgico. Obstinado, recurrente. Toda la orquesta se retorció para seguir los pasos del director en su descenso a los abismos mahlerianos. Tras este primer movimiento trágico (palabra que se utiliza a veces para calificar la sinfonía), el segundo movimiento fue delicado, suave y amoroso. Los tiempos lentos de Mahler son de un lirismo mayúsculo. En este caso el director prefirió mantener, no alterar el orden entre el segundo y el tercer movimiento, respetando el criterio que se siguió en las representaciones de la propia obra mientras Mahler vivía. El tercer movimiento recupera la atmósfera endiablada y la obsesión por los golpes del destino. Todo culmina el en último movimiento, auténtico centro de la partitura, aunque esté al final del mismo. Glissandi, golpes de martillo, las arpas en su máxima expresión, la tuba, todo el viento metal (especialmente las trompas) estuvieron a la altura en una partitura nada fácil para los solistas. Algo que siempre me llama la atención al ver a Mahler en directo es la teatralidad de los efectos visuales. En esta Sexta Sinfonía hay pasajes en los que los trompas hacen girar sus instrumentos noventa grados y consiguen un efecto visual único. Lo mismo sucede con los clarinetes y los oboes, que se alzan hacia el cielo majestuosos en determinados pasajes solistas. !Y qué decir de los cencerros, los herdenglocken, tan pedestres pero a la vez tan sofisticados! Eso mismo: Mahler consigue hacer que lo corriente y lo normal llegue a ser sofisticado, y lo hace con una economía de medios sorprendente. A la vez, encontramos en las sinfonías de Mahler una gran colección de instrumentos, un auténtico montón de gadgets, que pueden dar la impresión de efectismo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: cada instrumento (cencerros, triángulo, martillo, láminas metálicas, etc) tiene su lugar en la sinfonía y sin él faltaría algo. Esta es una de las grandezas de Mahler cuando pensamos en el gigantismo de la orquesta y en lo variado de la orquestación. Otra de las maravillas mahlerianas es la importancia que da a los solos de determinados instrumentos y a los diálogos entre instrumentos y grupos orquestales. Las sinfonías se construyen a partir de tuttis, pero también a partir de múltiples interacciones en "salas separadas" entre diferentes combinaciones de instrumentos que otorgan un gran colorido a la música. Una nueva experiencia mahleriana extraordinaria, sin duda, la del pasado viernes en A Coruña.

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