miércoles, 3 de abril de 2024

Releyendo "Miguel Strogoff", de Jules Verne

Estoy releyendo "Miguel Strogoff, el correo del Zar". Es curioso cómo aborda la historia de Rusia. Están los buenos, los rusos, los europeos, y están los malos, los pérfidos tártaros. Los tártaros, para Verne, son los invasores, porque invaden el imperio ruso. Sin embargo, ¿no será más lógico considerar a los rusos como los invasores del territorio de los tártaros? La historia al revés. La historia de la que Jules Verne era deudor era la historia de los que ganaban siempre, de las naciones-estado y de los colonizadores, que imperaban frente a los pueblos supuestamente subdesarollados. Llama la atención cómo Verne se refiere e los tártaros, cómo los describe, cómo se recrea en su supuesto primitivismo. Cuando se refiere al campamento tártaro en el que se encuentran cautivos Miguel Strogoff y los dos corresponsales (el francés y el inglés), lo describe como un espectáculo inigualable de colorido, en su magnífica extensión. Afirma que es un campamento que da albergue a unas 150.000 personas, lo cual es una barbaridad.

A la hora de referirse al Feofan Kan, el emir de los tártaros, lo describe como alguien alto, arrogante y enigmático, como una personalidad caprichosa, que se oculta deliberadamente de los demás porque eso es lo que da prestigio. Es orientalismo en estado puro. Miguel Strogoff es una novela de aventuras orientalista.

Cuando era pequeño leía las novelas de Jules Verne como libros de aventuras y de Geografía. Ahora las sigo leyendo como libros de Geografía y me siguen divirtiendo y entreteniendo las aventuras, pero las veo desde un punto de vista neocolonial, deformado por mi formación hasta la fecha. Desde este punto de vista Miguel Strogoff representa lo sagrado, lo canónico, lo normativo, porque es el enviado del Zar, de César supremo, del monarca de todas las Rusias. Su misión es divina, y su causa es superior a cualquier otra razón. Llevar la carta al Gran Duque que se encuentra en Irkutsk está por encima de hablar con su madre, de dar explicaciones e incluso de su hombría y su orgullo, que se traga cuando sucede el incidente con Iván Ogareff.

Sí, porque en este estilo dualista de narrar siempre hay buenos y malos. Los buenos son muy buenos: Miguel Strogoff, Nadia, Marfa Stroggoff, el Zar. Los malos son muy malos: Feofar Kan, la gitana Sangarra y, sobre todo, el traidor Iván Ogareff. Éste es un oficial del ejército ruso que traiciona a su país y se pasa a las filas tártaras. Un auténtico indeseable, un verdadero criminal. Lo peor que se puede ser. Otro relato podría considerar a Iván Ogareff como una transposición de Simón Bolívar, y convertir a Ogareff en un libertador de los pueblos centroasiáticos oprimidos. Pero no es el caso. Ogareff es un traidor, es malo y es cruel, igual que Feofar Kan. Son crueles y sanguinarios, son orientales, caprichosos, actúan por instintos primarios, porque les hierve la sangre.

Por el contrario, Miguel Strogoff es siberiano, es ruso, su carácter está modulado por la educación occidental. Sabe, por lo tanto, nadar y guardar la ropa. Sabe sobreponerse a la adversidad. Piensa y medita y no se precipita, que es lo que hacen los taimados tártaros. Strogoff es valiente, noble, resistente, caballeroso y buen ruso, y está dispuesto a darlo todo por el Zar. Son los valores del siglo XIX. Son los valores de la novela decimonónica. Iván Ogareff es un antihéroe, es el villano, es lo peor del mundo. Miguel Stroggoff es el héroe, porque encarna la ley, lo que debe ser, lo que Dios manda.

Para el aficionado a la Geografía o, al menos, a los viajes, el libro es un pretexto magnífico para comprender bien la realidad de la Rusia asiática. Miguel Strogoff viaja de Moscú a Nizhny Novgórod en tren y, a continuación, emplea diversos vapores por el Volga para llegar a Perm, ciudad situada justo antes de los Montes Urales. Al otro lado de la cordillera aparece Ekaterinburg, la gran ciudad con la que el viajero se halla ya en una urbe asiática. Después viene Omsk y, a continuación, la Baraba, una comarca pantanosa que en verano se llena de charcos, miasmas y todo tipo de insectos venenosos que, con sus picaduras, atenazan al inconsciente que se atreve a desafiarlos. La descripción de la Baraba es magnífica, no sólo de las condiciones físicas sino de las tipologías de los pobladores y sus hábitos. El viaje de Miguel Strogoff continúa en dirección a Tomsk e Irkutsk. En las proximidades de Tomsk es apresado por los tártaros. Y por aquí voy leyendo. Me queda un pequeño trayecto por la estepa sólo hasta llegar a Krasnoiarsk y luego Irkutsk. Estoy aprendiendo muchísima Geografía Regional de Asia gracias a Jules Verne, y estoy desaprendiendo teoría poscolonial.

Siempre que leo a Jules Verne me maravilla pensar cómo es posible que ofrezca unas descripciones tan detalladas de paisajes remotos a los que nunca viajó. Sí, Verne realizó algunos viajes, pero no fue ni mucho menos un viajero planetario. Apenas sí salió de Europa. Le gustaba la navegación de cabotaje en su propio barco, pero... ¿cómo puede hablar de la comarca de la Baraba, de su orografía, de sus condiciones climáticas, del paludismo, de las aldeas que la salpican, etc, sin haber estado allí nunca? Y más aún: estamos en el siglo XIX. No hay cultura audiovisual casi. La respuesta es muy simple: a través de la lectura de relatos de viajeros y el contacto con excursionistas, exploradores y demás, que tenía lugar en las conferencias y encuentros que celebraban las diferentes sociedades geográficas. Verne viajaba con la mente y a través de la lectura. Su cultura geográfica era inmensa, pero era una cultura enciclopédica, de biblioteca. Por ello resulta aún más fascinante. Creo que tengo que buscar lecturas de Eduardo Martínez de Pisón sobre el gran Verne. Ya lo he encontrado: "La Tierra de Jules Verne: Geografía y Aventura". 

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